viernes, 20 de julio de 2007

SOLIDARIDAD CON EL JUEVES.

¿ Los principes borbones no son humanos? ¿ Las princesas borbonas no mean, cagan y menstruan - eso sí, cuando la fábrica de polvorones está de descanso?
¿Si los pinchas , no sangran- y además en abundancia- y su sangre no es de color azul como la de todos los reyes- yla de los pitufos - ?
¿No follan como los demás - acaso más - ?¿ Acaso la fabrica de polvorones - que pagamos todos - la trabaja también El Espiritu Santo?
¿No ponen y tienen cuernos como todos los reyes y las reinas? ¿ No son tan bastardos y mestizos como cada
nosotr@s?
¿No beben y se meten más de la cuenta y se pegan con las cristaleras, o se caen esquiando?
¿No tienen , como los obispos, hijos que los llaman titos?

Lo unico que es cierto es que trabajar lo que se dice trabajar, nunca la han doblado..


Cuelga y difunde la portada censurada y que se vayan al peo los Borbones, todos los reyes y los jueces que quieren ganar puntos medrando.


http://elcuadernodejuanrincon.spaces.live.com/?_c11_BlogPart_BlogPart=blogview&_c=BlogPart&_c02_owner=1&partqs=amonth%3d4%26ayear%3d2006

martes, 10 de julio de 2007


LAS SIETE MARAV.... PUÑETAS DE ANDALUCIA


¿Cómo es posible que habiendo inventado el gazpacho los niños y las niñas andaluzas sigan prefiriendo el Coca Cola?

¿Por qué llamamos "baguette" a algo que toda la vida se ha llamado en Cádiz un “manolete”?

¿Por qué llamamos “fiesta” y “nacional” a una orgía de tortura animal en la que la “suerte suprema” es “la hora de matar”?

¿Por qué llamamos "moros" a los y las que se ahogan en el Estrecho y “árabes” a los que nos pisan el cuello en Marbella?

¿ Por qué no caben los botijos andaluces en el frigorífico?

¿Por qué los mismos que cierran Delphi amplían la base de Rota y nos lo mandamos a freír espárragos- trigueros, eso sí -?

¿ Cómo va a tener Andalucía sólo SIETE maravillas si tiene OCHO provincias?

¿Quién puñetas ha puesto de moda lo de buscar las siete maravillas de todo?

sábado, 7 de julio de 2007


CERVECITA VIRTUAL

Prometía yo a los que visitaban mi viejo pisito de la calle Space.live.com que les invitaría a una cervecita si visitaban esta casa nueva a la que me mudo por insistencia de Vi y – la verdad – por razones de capacidad. Esta casa parece más fresca para el verano y prometo refugiarme aquí entre ratito y ratito de creación literaria - ¡¡estoy lanzado!!- . Pero viendo que la Vi me recomienda en su blog y que recibiré visitas inesperadas me apresuro a limpiar y a poner este POST de bienvenida con cerveza – de jengibre para la Vi - y tapitas incluidas para nuevos amigos y amigas y para viejos conocidos.¡ Nos vamos viendo!

jueves, 5 de julio de 2007

Cantar con las manos. Premio "Agustin Merelllo" de Prosa sobre Cadiz y su Carnaval. Año 2007.




Que a los niños de mi generación nos fascinara de manera casi mística el universo clandestino de las agrupaciones de Carnaval es algo que necesita poca explicación: encontrábamos allí todo un mundo a nuestra medida, una galaxia de secretos en aquellos cuartitos escondidos por el barrio, repartidos por un itinerario hecho de costumbre y afición entre las trastiendas de algunos bares, en locales antiguos, insanos y destartalados que sumaban a su mala ventilación el denso humazo de los cigarrillos que consumían entre copa y copla nuestros héroes, aquellos seres que, como disimulando sus poderes, pululaban desdibujados durante el día entre nosotros y fingían hacer de camareros por los bares o de albañiles miserables o reparaban redes allá por los muelles, indolentes, vacíos, como si no fueran los mismos seres mágicos que por la noche daban vida y voz a criaturas mágicas salidas de la imaginación, del cine o de la mismísima historia y que eran capaces de hacer trenzas tan potentes con las gargantas que hasta las paredes temblaban. Fumadores pasivos y comparsistas en ciernes, nos parecía que los desconchados de la cal que ornaban los tabiques de los cuartos de ensayo, cuyos restos nadie barría durante meses como si hacerlos desaparecer trajera mala suerte, habían sido provocados por antiguos excesos en la voz del “alta” o por los diarios cañonazos de los tenores veteranos durante la repetición infinita del centro del pasodoble, con un director limando “jartible” una a una las voces y las notas. En un rincón, de vez en cuando, aparecía un hombre que no cantaba o que simplemente movía los labios acompañando a los demás, por bajinis, que llevaba un lápiz y un papelito doblado en el que, de vez en cuando pergeñaba apuntes: era “el poeta”, el que les hacía las letras y que también le escribía los chistes a la chirigota que ensayaba dos calles más arriba. Los niños lo mirábamos como un bicho aún más raro e intentábamos encontrar en el fondo de sus retinas, el manantial de aquellos versos que nos aprendíamos como cotorras año tras año, la veta de donde salían las maravillosas rimas consonantes que rebosaban un amor a Cádiz que apenas entendíamos pero que en la invernada se nos iba pegando a la piel como la sal y el sol en el verano. Y luego, a medida que se acercaba Febrero, los cuartos se iban llenando de nervios, de cuchicheos que no se nos dejaba escuchar, planes de ataque para el Falla que no debían caer en nuestros oídos, no fuera que el cuento, la sorpresa, le llegara al invisible enemigo de tres esquinas más allá antes que se estrenara en las tablas. Pero al fin, el día del ensayo general con el local elegido totalmente abarrotado por los amigos y la familia del grupo, el director siempre hacía un hueco en el suelo, en primera fila para agradecer la fidelidad de esos niños que les habían acompañado noche a noche, tan tarde como se nos permitía y a veces más, para penuria y dolor de nuestras orejas.
Si para nosotros era un mundo fascinante y mágico, para Héctor era simplemente el paraíso, Utopía, el lugar de los sueños inalcanzables. Al fin y al cabo, cada uno de nosotros soñaba algún día con estar en la primera fila de la comparsa rizando el filo del pasodoble con engarces o llevando el compás de todo el grupo con aquella maza, enorme para nuestras manos pueriles, que acariciábamos en cuanto el del bombo la descuidaba en algún rincón; los más virtuosos soñaban con emular algún día el preciosismo del punteo o el baqueteo a veces discreto , a veces solista, de la caja y yo esperaba que las musas del carnaval me tocaran con la misma mirada perdida y brillante que una vez crucé con el poeta cuando me atreví a sugerir – y a errar - una rima mejor para la segunda cuarteta. Pero a Héctor, no: esos sueños de tablas y sones le estaban prohibidos de nacimiento.
Era el primero en llegar y nunca abandonaba el cuartito si no venían a llevárselo. Los demás – Paco, Emilio, yo mismo - alternábamos la calle y las diarias luchas con el imaginario florete con la escucha atenta de los ensayos. Pero él, día tras día, se sentaba en la esquina derecha de la pequeña y desvencijada tarima que hacía las veces de escenario antes de que llegara el director y sólo se movía de allí para mear o, ya entrada la noche, de retirada forzosa. Las más de las veces, el bombista lo llamaba a la parte de atrás y le permitía poner su manita sobre el pellejo. A Héctor le cambiaba la cara porque así podía sentir la música a través de su vibración. Si no era así, pegaba resignado las manos y el culo a la madera del suelo y los ojos en los labios del director para leer la nueva letra que los componentes de la comparsa aún mascarían cuando mi amigo ya se sabría de memoria y balbucearía con ese monocorde y átono soniquete con el que intentaba cantar para desesperación de todos y en particular de...
-¿Quién puñetas está cantando?- gruñía el director parando el ensayo y mirándonos.
Y aunque nadie lo señalaba, sabíamos que era él que, con los ojos bajos seguía a lo suyo hasta que percibía en las manos la interrupción y, levantando la vista, tropezaba sonriente con la cara del airado.
Pero los años también pasan por encima de los sueños y los pantalones largos llegaron para Héctor y los demás con desigual fortuna: Emilio punteó durante años en juveniles hasta que le llamaron los mayores y allí se encontró con Pacote que ejercía de tenor aunque a veces le dejaban hacer “ cositas por arriba”. Yo insistía en tocarle las narices a las musas de febrero y había escrito para alguna chirigota local con más voluntad que chispa pero a Héctor el final de la adolescencia había terminado por desterrarlo de los cuartos de ensayo: ya no era el chiquillo “mudo” gracioso que había sido y ya ni quería ni le dejaban sentarse en el suelo de madera ni seguir la melodía por la vibración del bombo. Los viejos comparsistas se sentían violentos con aquel mocetón mirándoles fijamente a los labios y Héctor, que sólo era sordo para las palabras que se dicen en alto, leyó en sus rostros el mensaje de que ya no era visto con agrado en los lugares mágicos de su infancia. Y los abandonó con dolor.
Pero Momo, que al fin y al cabo, es un dios menor y nunca abandona a los suyos, preparó raudo la estrategia que uniría a los antiguos mosqueteros del Barrio Alto en un proyecto común. Y un día, en el mismo cuartito de ensayo que nos recibió de infantes, con los mismos desconchones resistiendo en sus paredes, Emilio, Pacote y yo dábamos vueltas a la idea de poner sobre las tablas una comparsa basada en el cuadro de los fusilamientos del Tres de Mayo cuando, como en un Pentecostés profano, una lengua de fuego en forma de serpentina se posó sobre nuestras cabezas ...
- ¿... y si llamamos a Héctor para hacer del sordo, de Goya? - dije yo sintiéndome iluminado.
Héctor fue la primera persona sorda – nunca fue ni estuvo mudo – que cantó con las manos en el coliseo gaditano. Pintó nuestras coplas en el pentagrama del aire y el público de Cádiz, tan sabio a veces, le correspondió con el aplauso más peculiar que nunca vio el gallinero, con un bosque de manos que agitó el teatro removiendo el silencio espeso que envolvía a mi amigo. Aquella función, Héctor desembarcó en las tablas del Falla con la misma fuerza con la que Armstrong pisó la Luna, treinta años antes. Aquella noche, la del 29 de Enero de 1999, el mundo de muchas personas se hizo más grande descubriendo un continente, el de las personas sordas, al que aún no había llegado la voz clara de la copla en libertad. El resto ya es historia del Carnaval de Cádiz.